Los mató el deber y el no deber. Los mató el perreo, las luces, la cerveza. Los mató la desobediencia. Los mató el virus de la ignorancia, el Covid-19 y la idiosincrasia peruana. Los mató la palomillada, el “barrio” y la pendejada. Los mató el tono clandestino, la informalidad del baile y la algarabía escondida. Los mató los operativos de madrugada, el porrito rotado y el meneo nocturno. Los mató el licor, mar de los desamparados de esta sociedad de mierda. Los mató la cultura de la calle y su prontuario. Los mató la criollada. Los mató la indiferencia, la falta de empatía. Los mató la tragedia de nacer en un país racista, misógino, corrupto e informal. Los mató el distanciamiento social, el estado de emergencia y los protocolos de seguridad. Los mató el dueño, el empresario y el promotor. Los mató el dinero, el hambre y la reclusión. Los mató el escuadrón Valle Verde, la mala educación y, claro, la miseria. Los mató el gas lacrimógeno, la mano del orden, el uniforme. Los mató la bota del Gobierno, la cachiporra, el balazo. Los mató el encierro, la estampida, el ahogo, el desmayo. Los mató el poder, la desdicha, la ley, el desacato y la injusticia. Los mató el sistema, la desigualdad y la falta de oportunidades. Los mató Vizcarra, Kuczynski, Humala, García, Toledo, Fujimori y los que estuvieron antes que él. Los mató la idea de saberse peruanos en una tierra ajena que los discrimina. Los mató darse cuenta que “la vida no vale nada” a la luz de las cortadoras y de los cigarros. Los mató el Perú. Los mató.