Pobre Edu. Víctima de los titulares. Víctima de la opinión radial que no importa. Víctima del amor, amor y más amor. Víctima de los dominicales calabazones y amarillistas. Víctima de los comentarios de esquina y de uno que otro troll que lo ataca escondiéndose detrás de virales y hashtags. Pobre Edu. Justicia para él, por favor. Sí, la queremos. Todos. Incluso María Elena Coronado, la mujer que el infortunado Edu atropelló aquel fatídico 23 de agosto de 2012.

La justicia peruana, ciega, sorda, muda y tonta se ha olvidado de él. No se decide. Lo asusta. Su condena pasó de ser suspendida en el mismo año del accidente, a efectiva en el 2016 y ahora, después de haber estado escondido, ha vuelto a recibir pena suspendida. Qué indecisa es la justicia y qué desventurado es Edu. Pero, ¿qué justicia queremos? ¿Acaso la popular?, ¿la solemne?, ¿la de ricos?, ¿la de pobres?, ¿la real? Mejor la que merece un asesino como él.

Porque los accidentes no ocurren de la nada y sus consecuencias no se asimilan fácilmente. ¿De qué le serviría 200 mil soles de reparación civil a su víctima o los deudos de esta? Pobre e ingenuo Edu. La plata no revive a las personas, ni seca las lágrimas y mucho menos alivia el dolor. Porque para ti, no existen pruebas toxicológicas que valgan, ni comparecencias que cuenten. Eres obstinado, Edu, y te zurras en la ley y en la congoja ajena.

Esperemos, Edu, que la justicia se apiade de ti y que llegue a tu desamparada vida, no en un auto a 90 kilómetros por hora, no en un set de televisión, no a través del post que tu hermana publicó en Facebook. Ahora, asume tu papel de víctima, hipócrita Edu, limpia tu ternecito, arréglate el cabello y lánzate con tu discurso. Vamos a esperar que la tardía justicia llegue, te escuche y actúe. Por María Elena. Por los conductores imprudentes. Por las víctimas inocentes.

*Texto escrito en colaboración con la periodista Cinthia Durán.