Cielo panza de elefante. Tradición. Noches mágicas del fantasma de Pizarro que conversa desde su ventana palaciega con la citadina neblina. Aromas madrugadores recorren desde el capirote norte hasta las comarcas australes. Desde los campos soleados del oriente hasta el mar de Grau. Suspiros del niño de junto al cielo convertido en abuelo. Lima de miel. Los albores de un virrey soñador que vive durmiente en su pecho. Ciudad añeja. Señorial. El jirón de la Unión en su corazón. Asoma su salmo emocional; una criolla canción con fugas de marinera, mazamorra, guitarra y cajón. Del puente a la alameda. Del Rímac al Chillón. Desde el Cerro San Cristóbal irradia una polvorienta bendición que se desploma junto a la escarcha. Son las 6 de la mañana y según Ribeyro a esta hora la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros pasos. El viejo hollín volátil náufrago en un mar de vientos timoratos atraviesa la avenida Abancay en busca de emoliente caliente, ardiente, ferviente. En cada esquina el custodio del desorden fiscal incauta las carretillas para justificar su vara inservible colgante en su vientre. Serpiente. Bandido convertido en héroe. Saluda con un ademán campechano al usurero del pasaje. La palomillada. El otro, acróbata de la calle, hace piruetas a la vez que aterriza victoriosamente del microbús, mientras se queja la anciana que va sentada en el asiento reservado por la pensión del Fonavi. En los kioskos los diarios arcoíris colgantes colorean la vista. Sentimiento chicha. Paneles de magenta que anuncian los conciertos de música popular. Sonido mestizo, acordes de la costa, de la selva, de la montaña. Lima provinciana. Lima de los provincianos. Lima que me gustas. Urbe cubierta de desierta belleza. Los espacios que se vuelven míos y que apenas se dejan acariciar. Mirada perdida en el Parque Universitario cubierta del vapor que se escapa de miles de pulmones. Bohemia temprana antes del almuerzo. Cebiche macerado en alcohol. Pisco con P de Perú. Los compadres encontrándose en el Queirolo y vagando inertes y putrefactos por Quilca, minutos antes que un alma envenenada los ponga a volar. Luego han de renacer moribundos al alba y han de adornar con sus cantos lastimeros en salsa criolla la oscuridad. La locura de cada sábado por la madrugada al ritmo de un vals pagano que libera a las almas encantadas. Cada domingo a las 12 los ladinos peleles hacen latir el corazón y asoman sus narices ansiosas por la ventana, para observarte como antes, después de la misa. Corre a prisa tapada, derrama lisura en flor, mi doncella de piel canela, que el Cristo Moreno desde su altar de octubre te perdona la vida azarosa en esta villa puritana. Calles agobiadas a la hora exacta. Lima angustiada. Los vehículos hambrientos del humo maligno que despide el viento, se agrupan apilados ocupando el paisaje de cemento. Me gustan tus hijos, espurios e inocentes, salvajes e inclementes, que toman, sembrando el temor, lo que de ellos no es propiedad. Sangran ignorancia y mueren, y a veces matan, a la luz de la desgracia, la misma luz que hoy se apaga. Un fantástico vuelo de cuchillos en los barrios que conforman tu piel y que dejan en violencia los rostros más feroces y en llanto las voces más reprimidas. Gente que recorre los caminos de esta Lima fatigada con las heridas más profundas en el espíritu y que por hipócrita, sonríe a su pesar. Cielo perdido en el espacio alumbrado por un sol melancólico, durmiente del colchón de nubes plateadas que no le permiten brillar. El perfil de una bahía bañada por lágrimas de un mar lacerado y la colina de la cruz reinante al extremo de la vida traficante de billetes. El punto de encuentro entre uno y otro. El límite entre el paraíso perdido y el limbo de muchedumbres. Dos espacios hermanos que se miran y se escupen. Mesas hambrientas que a pesar de la escasez alimentan, gracias al ingenio de las manos bendecidas, tanto de la dueña como de la sirvienta. Camiones con mensajes de progreso. Caminatas a pie por el núcleo de esta Lima ostentosa que guarda celosa el escudo real. Un puente habitado por suspiros melancólicos confundidos con la brisa barranquina. El firmamento descrito por el poeta Eguren se incendia en el combate de dos reyes rojos con lanza de oro. Cae la tarde afligida en su alcoba de ensueño. La luna se viste de noche. Lima se vuelve un sendero de misterio, de héroes y de malhechores, de danzas foráneas y tragos derramados en el piso de algún bar, damiselas exentas de ropas que desfilan por la avenida Arequipa en busca de dioses carnales que las liberen de la indigencia. Inopia que convive con los pequeños duendes devoradores de plástico huérfanos de todo, sueltos cachorros que más tarde serán bestias nocturnas al acecho del dinero. Mientras tanto, en las casonas palatinas duermen ya las mentes despobladas de miseria. En las casas de la periferia asoma la preocupación del laburo en esta Lima complicada. Gargantas lánguidas que conversan con la almohada, esperando la aurora para salir a pregonar los sonidos de esta incomprendida ciudad. Olores de rosas miraflorinas que miran altivas a los comerciantes penitentes. Lima del Perú, del ayer, del mañana. Lima chiquilla de vestidos rebeldes, Lima amargada cual chismosa de callejón, Lima atiborrada de autos a la hora punta. Lima maternal que abraza a sus hijos. Lima que para llorar no se cae sobre la vereda, Lima de fiesta eterna, Lima de sangre guerrera, Lima costera, Lima andina. Lima en mi pañuelo. Pueblo de gente que tiene en los ojos sabor de llanto. Rostros de sonrisas en flor. Lima divina de noble blasón.
Publicado: 2016-01-17
Escrito por
Jorge Pérez Baca
Alguien me dijo "escribe, escribe, que algo queda". Redes de pesca: @jorgeperezbaca.
Publicado en
LA VOZ Y EL MARTIRIO
Esa no era una pipa y esta no es una columna.