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FOTO: INTERNET / NILUFER DEMIR

EL ÁNGEL DE BODRUN

Publicado: 2015-09-07

3 de setiembre de 2015. En alguna parte de Europa alguien llora. La fotografía manchada de sangre que aparece hoy en el diario de turno, se arroja sobre la mesa del desayuno y el hambre se va disipando a través de la apenada garganta. La imagen sangrante no tiene sangre. Se aprecian, a lo lejos, 13 kilos de purísima desgracia. El rojo y el azul y lo lúgubre de su figura. Rojo y azul es igual a muerte, señor presidente de Francia. Una bandera mojada que emerge del océano turco y se mancha de sangre. Tan pobre y tanta muerte. En su improvisada cuna de arena bebe agua hasta el hartazgo. Inerte besa la tierra que lo vio morir y se despide del mundo que nunca hizo nada. Aylan duerme, quiero creer y ha de despertar al otro lado de la frontera. 

Esta mañana los ojos siguen llorando. La foto desgarra hasta la náusea. La escena es una vorágine de sensaciones y de impotencias. Huir de la guerra buscando paz no es una tarea fácil. La desdicha de un niño es la crítica de los otros. De su padre irresponsable e ingenuo, pero también valiente. De Bashar Al Assad y de su banda presidencial manchada de sangre inocente y de su petróleo vendido y de su armamento y de su poco tino y de sus aliados. De los rebeldes que siguen luchando, apadrinados por una serie de movimientos terroristas que cortan cabezas y destruyen ciudades. De la política y de la religión y de las granadas y de los sables y de la humanidad entera.

Una mujer rodea la playa. Sigilosa, audaz, Nilufer aguarda en su mirada la venta amarilla sensacionalista y verde monetaria de mañana. Ha convertido su cámara en un rifle y se apresta a disparar balas de indiferencia que estallarán en el congreso de la Unión Europea. Los medios de comunicación transmiten en directo la desgracia. Los días siguientes la noticia será pólvora desde Bodrum hasta Damasco y ha de pasar por Washington, Berlín, Pekín y Moscú. En los quioscos la demanda por el morbo aumenta. En los sets de televisión los analistas políticos son una lágrima infinita de mea culpa. En las estaciones radiales las voces se quiebran en mil pedazos. Tantas emociones en una sola fotografía.

Faltan palabras para describir el cuadro que empezaría luego a viajar a través del papel, de la fibra óptica y de la conciencia. Definitivamente ha de quedar en la memoria, petrificada, la imagen del pequeño Aylan Kurdi. Sus 3 años de sufrimiento, sus sueños de un futuro acaso prometedor lanzados al vacío, su retrato inmóvil que feneció en las olas, tratando de escapar de un país lacerado, su historia de horror, su estela de ángel alcanzando la inmortalidad, luego de naufragar en un océano de temblores, estallidos y bombardeos. Asumo que le nacieron, con dolor, alas invisibles en su húmeda espalda para que, finalmente, pueda volar hacia un país en el cual no tenga que sobrevivir, cautivo de la culpa que demandaba su nacimiento en la tierra equivocada.


ESCAPANDO DEL INFIERNO

Mucho antes que su silueta se dibujara a orillas del Egeo, el pequeño Aylan, su hermano y sus padres, huían buscando un nuevo país en el cual puedan vivir sin ser asolados por la guerra civil que divide a Siria, su país natal, en miserables partes de un rompecabezas que, a la vista nuestra, los occidentales, solo es un mapa indiferente, lejano, extraño, vacío. Una realidad que se vislumbra entre desiertos, metralletas, dogmas religiosos y olvido. Eran, pues, refugiados buscando en el rincón ajeno un nuevo hogar que los proteja del yugo bélico que los arrastraba por varias ciudades de su misérrima nación.

Aylan, el protagonista de esta historia infortunada, es el símbolo de un drama que se vive en Oriente Medio. Es, a estas alturas, el rostro más visible de los civiles kurdos que huyen de sus ciudades para buscar la paz en países como Canadá y Alemania. Se convierten en hijos de la crisis humanitaria e intentan escapar del infierno, aun sabiendo de los peligros que ello puede representar. Luego se topan con recias espaldas europeas que no se solidarizan con ellos y que adoptan de la ideología nazi ciertos atisbos de maldad, evitando la mezcla de su raza superior, con la de estos forasteros víctimas de la lucha por el poder y por el dinero.

Olvidamos, entonces, que los cimientos del mundo están levantados sobre sangre migrante. Que fueron nómades errantes los que fundaron nuestras ciudades, nuestras civilizaciones y nuestros países. El planeta es una burbuja fabricada con manos extranjeras. Por donde la vista nuestra mire, encontraremos rostros diferentes, culturas desiguales, lenguas foráneas, mezclas exquisitas, tradiciones que se combinan para cristalizar el emblema de la globalización, una raza única y a la vez distinta. Motivos para dejar la casa propia y buscar una nueva son muchos. El caso particular que se alarga en estas líneas no tiene mayor complejidad: son los desterrados que buscan la paz.

La imagen que nos demuestra este aterrador escenario es cruda, macabra si se quiere, pero necesaria. Para muchos, el cándido objetivo de querer cambiar el mundo no se ha logrado. Los días, las semanas, los meses y los años pasaron y todo sigue igual. La terrible historia del niño sirio que murió en Turquía queriendo huir de la guerra no es más que un atractivo story line que suena bien. Que conmueve y que duele. La fotografía del niño sin rostro, que descansa, finalmente descansa, sobre los brazos de la muerte, no es más que una impresión pasajera que se aloja en ese cajón de cosas pendientes que tenemos en algún rincón del cerebro. Esto es más serio de lo que el periodismo cree. La realidad superando a la ficción. La muerte superando a la vida. Los poderosos superando a los desprotegidos.

La indiferencia ha ganado, me digo, aunque hace apenas dos años todos creíamos que el curso de esta historia iba a cambiar de rumbo. Los miles de niños que, como Aylan, están muriendo, no son protagonistas. Son, efectivamente, desconocidos para los que vemos las narraciones de sus vidas a través de una pantalla. No, sus rostros no son tan lejanos como parecen. El mundo se está quedando sin conciencia. Se está deshumanizando la humanidad. Y nada, ni nadie, pueden frenar esta terrible situación. Que la muerte no se convierta en la salida para aquellos que intentan escapar del infierno. Que los brazos no nos pesen al abrazar a un refugiado. Que las manos no se pierdan en la multitud cuando queramos socorrer a algún perseguido. Que nuestro corazón no se convierta en piedra cuando la voz de algún inmigrante busque nuestra ayuda. La paz que anhelamos la podemos encontrar en una sonrisa extranjera.

7 de setiembre de 2015. En alguna parte de Siria alguien muere.


Escrito por

Jorge Pérez Baca

Alguien me dijo "escribe, escribe, que algo queda". Redes de pesca: @jorgeperezbaca.


Publicado en

LA VOZ Y EL MARTIRIO

Esa no era una pipa y esta no es una columna.